domingo, 5 de julio de 2009

CAMINO DE SANTIAGO (CAMINO DEL NORTE) 25 Mayo – 4 Junio 2009

Hace muchos años que tenía intención de realizar este viaje/aventura/experiencia y por fin hace unos días he podido realizarlo. Y lo he hecho en la misma forma en que lo pensé la primera vez, es decir, en bicicleta, un medio que siempre me ha gustado y que me atraía entonces y aún hoy mucho más que andando. Además, había que decidir qué camino realizar de los varios posibles, y ahí como en la forma de realizarlo, coincidí nuevamente con mi compañero de fatigas en este viaje, mi amigo Gustavo, en realizar el camino del norte.

El Camino de Santiago, tradiciones y motivaciones ético-religiosas al margen, supone una enorme experiencia para todo el que lo lleva a cabo, amen de enriquecer al peregrino y a la naturaleza humana en general, pues son muchas las circunstancias de toda índole que se viven en su transcurso, muchas las experiencias, y también diversas las personas con las que se coincide a lo largo de su recorrido, bien en el propio camino o bien en sus parads en albergues, pensiones, hostales, bares, etc etc. Es por ese motivo, que encuentro esta experiencia única y muy enriquecedora, cualquiera que sea el motivo que nos lleve a realizarlo y la compañía con la que contemos sí es el caso.

Entrando en materia de nuestro viaje en concreto, Gus y yo decidimos realizar el camino del norte por varios motivos, pero principalmente por encontrarlo más interesante desde el punto de vista paisajístico. En contraposición, el más común camino francés o el primitivo, suponen una alternativa más histórico/cultural. Ésto enlazaba también perfectamente con nuestra intención de hacerlo en bici, ya que el trazado exigente de la costa nos permitiría acercarnos hasta lugares que de hacerlo a pie nos supondrían mayores problemas. La bicicleta siempre te permite una mayor movilidad, aunque como luego detallaré en ocasiones también te supone tener que hacer más kms y/o apartarte del “camino” en sí.

Otro condicionante que ambos habíamos escuchado antes de empreder nuestro particular camino, y en lo que tras realizarlo ambos coincidimos, es en la necesidad de no marcarse un objetivo fijo y/o un tiempo fijo demasiado bajo para llevarlo a cabo. El camino hay que vivirlo, sentirlo, y eso es imposible si nos lo tomamos como una competición. No es su espíritu, y por tanto no debemos verlo así. Por supuesto habrá quién lo quiera ver de ese modo, pero en mi opinión y la de muchos peregrinos, novatos o reincidentes, no es la forma ideal de plantearse este viaje/experiencia. Sí conviene sin embargo, llevar bastante planificada nuestra ruta, las etapas a realizar, los lugares que nos interesan más y los alojamientos que inicialmente pretendemos utilizar, de lo contrario nuestro viaje puede ser muy caótico y acarrearnos más de un disgusto o problema adicional.


Nuestra planificación empezó apenas cuatro días antes de nuestra partida, lo cual no nos impidió realizar todos los pasos para tener todos los cabos bien atados. Lo primero en nuestro caso fue acercarnos a la casa de Galicia en Madrid (ya que de aquí ibamos a partir, y es dónde vivimos). Allí nos dieron información básica sobre el Camino de Santiago y nos proporcionaron la “Compostela”, una especie de carnet gratuíto con forma de tríptico que acredita a todo peregrino y sobre el cual se deben ir estampando sellos de por dónde va pasando cada uno en su camino hasta la Plaza del Obradoiro en la capital compostelana. Este documento es el que deberemos presentar en la oficina del peregrino junto a la Catedral a nuestra llegada a Santiago para que nos den el diploma acreditativo de haber completado el camino. Los sellos los podremos obtener en los albergues en los que nos alojemos, en las oficinas de turismo de todas las localidades por las que pasa el Camino y en otros establecimientos acreditados para tal fin, y los mismos daran fe de por dónde han ido nuestros pasos y la fecha de paso en cada lugar.

Tras la obtención de la compostela, nos dirigimos a un establecimiento comercial especializado en equipamiento deportivo para adquirir los elementos de los que carecíamos hasta ese momento y que sin duda ibamos a necesitar para nuestro viaje, elementos tales como: transportin y alforjas para las bicicletas, saco pequeño de dormir, toalla mini de microfibra (seca muy bien y mucho antes ocupando 1/10 parte que una normal, alguna pequeña herramienta para las bicis, etc etc). A este respecto, es importante destacar que se ha de llevar, tanto si se va a pie como con biciclo, lo mínimo imprescindible, pues hemos de cargar con todo ello y las diferencias luego se notan y mucho a pesar de que en parado y descansados podamos pensar que no tenga importancia 1 kg más en nuestra impedimenta. Y eso lo afirmo después de, como buen novato, haber llevado más cosas de las estrictamente necesarias.

También es aconsejable hacerse con alguna de las muchas guías editadas sobre la materia, tanto del Camino de Santiago en general, como de cada uno en particular e incluso del medio por el que se quiere realizar, a pie, a caballo, en bicicleta, etc. Como en otros casos, hoy en día internet nos proporciona también mucha, accesible y gratuita información, pero aconsejo complementar ésta con una buena guía que describa el camino en sí, sus etapas, con planos y perfiles de las mismas, alojamientos posibles, recomendaciones, etc. En mi caso adquirí una completa guía específica del Camino del Norte, la cual por supuesto me resulto de gran utilidad.

Con toda la información recopilada y parcialmente estudiada, la bici preparada y equipada, y el billete de tren en la mochila, nos dirigimos hasta la estación madrileña de Chamartin donde habíamos de coger el tren regional (único que nos permite llevar en él las bicicletas sin necesidad de facturarlas previamente y/o mandarlas por separado) hasta León. Desde allí, tomaríamos un segundo tren de la misma categoría hasta Oviedo, capital del Principado de Asturias. Una vez allí, tomaríamos un cercanías que nos llevaría a Aviles punto que nos habíamos fijado como de inicio de nuestro particular Camino a Santiago. Todo esto deberíamos hacerlo en la primera jornada, la correspondiente al 25 del pasado Mayo.

Nuestras bicis en el tren

Sin embargo, las previsiones se verían truncadas. El viaje fue perfecto hasta la capital leonesa, pero una vez allí y tomado el tren que debía de llevarnos hasta Oviedo, sufrimos varias interrupciones en dicho desplazamiento que nos hicieron retrasarnos en más de 40 minutos lo que nos impidió tomar el último cercanías del día a Aviles el cual partía con una diferencia de 15 min con respecto al horario de llegada previsto de nuestro regional Leon-Oviedo. Así pues, primer cambio de planes obligado y en vez de acostarnos en Aviles, debimos reservar una habitación en un hostal de Oviedo sobre la marcha y hacer noche allí. Para más INRI, la llegada a Oviedo se vio acompañada de un intenso aguacero que no hubiera pasado de simple anécdota de no tener que desplzarnos en bicicleta de la estación de trenes hasta el Hostal. Por suerte para nosotros, éste resultó no distar más de unos 2 kms por lo que aunque claramente mojados pudimos llegar en medianas condiciones y no completamente empapados. Por supuesto, los impermeables que llevabamos mitigaron también en parte dicha situación.

Una vez en el hostal, nos registramos, dejamos todos los bártulos (las alforjas en nuestro caso), y decidimos ir a tomar algo antes de acostarnos. Previamente, y como hicimos con la comida, cenamos a base de bocatas y algo de comida casera que llevabamos en el tren. Nos metimos en un bar/cantina justo enfrente en la misma calle peatonal en la que se encontraba nuestro hostal, junto a una vinotera que se encontraba cerrada, pues eran las 0h de un lunes y en una noche ciertamente desapacible por la lluvia y el viento.


Cervezas en Oviedo

Una hora y unas cervezas después, nos halabamos en la habitación dispuestos a caer en brazos de morfeo y esperar al nuevo día para emprender la marcha y comenzar realmente nuestro Camino.

El martes amaneció ligeramente nublado, recogimos todo, y emprendimos nuestro camino sobre nuestras bicicletas hasta la misma estación de tren a la que habíamos llegado la noche anterior. Allí, desayunamos algo rápido mientras esperabamos el cercanías que nos dejaría en Aviles. El trayecto, con múltiples paradas, duró unos 25-30 min. Que aprovechamos para ir comentando la etapa que debíamos iniciar, la primera de nuestro particular camino. Sin embargo, al llegar allí y bajar las bicis del tren, observé que uno de mis pedales no rotaba como debía, enganchándose bastante. La verdad es que nunca me había pasao esto antes, pero teniendo en cuenta que los mismos tenían más de 16 años de vida como toda la bici, no me resultó muy extraño que pudiera pasar. Imaginé que se había gripado el mecanismo de rodamientos que lleva en su eje para poder rotar suavemente, cosa que pude confirmar en una tienda/taller de bicicletas a la que nos dirigimos al salir de la estación. Una vez allí, pude cambiar los pedales por unos nuevos y de paso comprar también un bidón de agua que incomprensiblemente había olvidado al salir de casa. Qué pensaba beber?? Me molestó especialmente porque además tengo varios... En fin, el caso es que en muy poco tiempo, menos de 10 min., tenía mis nuevos pedales montados, funcionando perfectamente, y no sólo un bidón de agua sino un segundo extra que me regalaron en la tienda, algo que Gustavo pensaba que nos sería innecesario y que sin embargo luego se mostró de lo más útil unas jornadas más tarde.


Preparados completamente al fin, nos pusimos a pedalear sabiendo que partíamos con un retraso con respecto al planning inicial de medio día, lo cual no fue realmente lo peor, algo que hasta ese momento obviamente no sabíamos.

La ansiedad por ponernos “en camino” nos impidió visitar siquiera el centro de Avilés, por lo que poco podemos contar de dicha localidad, mientras nos esforzabamos por encontrar las señales que nos condujeran por el afamado camino. Muchas preguntas a viandantes locales y tras varios momentos de duda, conseguimos salir en la dirección adecuada, siguiendo la costa en dirección oeste por el litoral asturiano.

1ª Etapa: Avilés - Soto de Luiña

Como he comentado antes, salimos de Avilés un tanto alocadamente debido a la ansiedad que teníamos por poernos efectivamente en marcha y avanzar los primeros kilómetros sabiendo además que habíamos perdido media jornada por el incidente de la noche anterior y la pérdida del cercanías Oviedo-Avilés.

Con todo, iniciamos la ruta peregrina a eso de las 12 del medio día siguiendo la carretera litoral en dirección oeste hacia las localidades asturianas de Soto y Muros de Nalón. Y digo carretera porque fuimos incapaces de dar con alguna pista o camino forestal y ciclable por el que poder avanzar siguiendo el Camino o paralelo a él. A lo largo del viaje descubriríamos que desgraciadamente eran muchos los kilómetros que nos esperaban sobre el negro asfalto, muchos más de los que queríamos y en la mayoría de los casos sin alternativa posible y con mucho mayor riesgo para nuestra integridad, consecuencia lógica de compartir vía con vehículos a motor de todo tipo en clara inferioridad de condicones para nosotros, que además no estabamos acostumbrados a rodar en bicicleta por carretera.

El pedaleo nos llevó por distintas carreteras, unas con más tráfico que otras y con mejores indicaciones y arcenes que otras. Así, sobrepasamos la localidad de Soto mientras realizábamos breves paradas para hacer fotos al bonito paisaje litoral asturiano, mientras el día seguía abriendo desde su inicial cielo nublado que dejaba escapar alguna gota de lluvia, hasta su mucho más agradable alternancia de sol y nubes. Así pudimos llegar hasta la agradable y tranquila población de Muros de Nalón, distante unos 22 kms de Avilés, y precedida de una importante subida de varios kms que aun con un desnivel bastante progresivo, nos puso por primera vez a prueba en la jornada. Dada la hora que era decidimos parar para reponer fuerzas comiendo. Entramos con nuestras bicicletas hasta la misma plaza del ayuntamiento donde vimos un bar con bastante buen aspecto y con una pequeña terracita que en ese momento era de mucho agradecer puesto que la temperatura era bastante agradable (en torno a los 22-23º) y el sol se hacía fuerte ganando la partida a las nubes. Comimos allí junto con unas cervezas bien fresquitas unos bocadillos de fiambres y queso que habíamos comprado en un supermercado a la salida de Avilés.


Plaza Muros de Nalón



Gus en Muros de Nalón

Tras una breve sobremesa para bajar algo los bocatas, volvimos a subir a las bicis con intención de no parar al menos hasta llegar a la siguiente localidad, la conocida y bonita Cudillero. No tardamos demasiado en alcanzar la misma, pues a pesar del perfil de la carretera del tipo “rompepiernas” por los constantes sube y baja, ésta se encontraba a unos 4-5 kms de Muros. Ya a la entrada de la localidad, claramente dividida en dos partes, la alta y la baja o portuaria, pudimos comprobar la belleza e interes de la localidad, por lo que tiramos de las manetas de frenos y paramos para hacer las primeras fotos mientras aprovechabamos para beber algo de agua de nuestros bidones. Resulta fundamental hidratarse bien y de manera constante a lo largo de todo el recorrido, tanto si éste se hace a pie como en bicicleta, y tanto más importante cuanto más duro sea el perfil de la etapa y las condiciones meteorológicas. Tiramos algunas fotos a un Palacio y una gran iglesia frente al mismo y proseguimos comenzando a bajar hacia el puerto y el centro de la localidad. La bajada comenzó de forma no muy pronunciada pero a medida que seguíamos avanzando el desnivle se hacía mayor llegando a ser bastante importante. Ayudado por dicho perfil de la carretera no tardamos más de dos minutos en estar abajo del todo, en el mismo recoleto y pintoresco puerto de Cudillero. Es impresionante comprobar como se escalonan las bonitas casas a lo largo y ancho de las escarpadas pendientes que flanquean el pequeño puerto, sin duda una estampa digna de verse y la cual fotografiamos convenientemente.


Puerto de Cudillero



Puerto de Cudillero


La bella imagen del puerto de Cudillero y su enorme tranquilidad nos había hecho olvidar que para llegar a él habíamos descendido unos 2-3 kms con fuertes pendientes que ahora debíamos afrontar de subida para retomar nuestra ruta peregrina en busca de una nueva localidad. La subida es dura, durísima, más si el sol ya pega fuerte y si llevas la bicicleta cargada hasta los topes como la llevabamos nosotros. Tuvimos que realizar varias paradas durante la misma e incluso en alguno de sus tramos poner pie en tierra y dejar de dar pedales para empujar la bici en un esfuerzo realmente importante y que no mucho más allá pudimos comprobar como nos pasaba factura. Toda esta subida se explica teniendo en cuenta que además de para acceder a Cudillero vecino se encuentra el puerto de El Pito que comparte buena parte del trazado con el de la bonita localidad asturiana.

Cuando conseguimos coronar la subida y acceder de nuevo a la carretera principal de la costa para proseguir nuestro camino, el cansancio por el enorme esfuerzo realizado nos debilitaba considerablemente. Hay que tener en cuenta que además estabamos en nuestra primera jornada de pedaleo y las piernas aún no nos respondían de forma óptima. En cualquier caso, poco a poco volvimos a retomar una cadencia de pedaleo y desarrollo aceptable. Pero como a perro flaco todo son pulgas, en menos de 1 km nos encontramos con varios cruces en los cuales no sólo no encontramos señalización del Camino de Santiago alguna, sino tampoco de la siguiente localidad marcada en nuestro libro de ruta. Así, nos equivocamos en uno de ellos y perdimos e hicimos unos 5-10 kms extra mientras el desanimo se apoderaba de nosotros pues además a esas alturas estabamos ya bastantes cansados. En esos momentos llevabamos ya unos 45-48 kms de pedaleo, con un perfil francamente duro donde escasearon los tramos llanos. Para colmo de males, en el último cruce y fruto ya de nuestra desesperación y errónea señalización, nos metimos en un tramo de autovía (por su arcen naturalmente) lo cual esta prohibido para bicicletas dándonos cuenta algo tarde e intentamos avanzar rápidamente creyendo además que ibamos en la correcta dirección. El caso es que cuando llevabamos apenas 750 mts o 1 km nos abordó una patrulla de motoristas de la Guardia Civil que nos advirtieron de nuestra falta y apunto estuvieron de multarnos por nuestra acción. Por suerte, y seguro que conscientes de nuestro cansancio y desconocimiento del terreno, finalmente no nos sancionaron y nos indicaron más o menos por dónde debíamos dirigir nuestras pedaladas. Así que media vuelta aún por el arcen del la autovía, hasta llegar a la rotonda en la que habíamos iniciado ese tramo de carretera un kilometro antes. Allí decidimos coger sin mucha seguridad otra de las salidas de la misma que daba a una carretera de asfalto viejo pero muy adherente.

Desgraciadamente para nosotros, la carretera picaba constantemente hacia arriba, no con las mismas rampas que habíamos sufrido anteriormente, pero sí lo suficientemente importantes como para castigarnos aún más. Sólo la esperanza de encontrarnos en el camino correcto y a aproximadamente 5-6 kms de nuestro destino nos empujaba a seguir pedaleando. Como decía, este último tramos del día se nos hizo muy muy duro y tuvimos que realizar varias pequeñas paradas para recuperar el resuello y descansar algo las piernas.
Por suerte, en este tramos bastante frondoso abundaban las sombras las cuales agradecíamos sobremanera en esos momentos.

Finalmente, y tras unos 4-5 kms de constante subida, llegamos a un alto en el que creíamos divisar un pueblo 1 km más adelante y que esperabamos que fuera Soto de Luiña, nuestro esperado final de esta dura primera etapa. Así resultó ser, y la moderada bajada nos llevó hasta esta tranquilísima localidad donde nada más llegar preguntamos en un bar que resultó ser del mismo dueño que el albergue donde nos ibamos a alojar esa noche. Aprovechamos para poner el primer sello en nuestro carnet de peregrino (no lo habíamos hecho en Avilés) y llegar hasta el albergue.

El albergue es un edificio antiguo pero medianamente bien cuidado y se encuentra dentro de una finca bastante grande lógicamente bien verde debido al clima benigno de la zona. Cuando llegamos nos recibió el hostalero y un peregrino algo mayor y fuertote con el que pronto intimaríamos. Resultó ser todo un profesional del camino nuestro amigo Emilio, pues si no recuerdo mal el actual era su 6º Camino de Santiago, aunque en esta ocasión sólo iba a realizar 4 etapas seguidas. Es una posibilidad al alcance de todo el mundo, no es necesario completar el recorrido de una atacada, sino que lo puedes partir a conveniencia, siempre que luego lo retomes en el mismo punto y lo acredites con tu credencial de peregrino. La noche, tras la necesaria y muy abundante cena servida en el bar del hostalero (7 euros/menu) con la tradicional cantidad ilimitada asturiana (es decir, te dejan la fuente o el perolo en la mesa y te pones lo que quieras), continuó con una partidita de poker junto a nuestro amigo Emilio mientras disfrutabamos de un poco de orujo gallego y buena conversación. También teníamos como compañeros en el albergue a una pareja de alemanes, chica y chico, y un francés. Con los primeros llegamos a hablar algo, pero no los conoceríamos hasta más adelante. A la hora de acostarnos, surgieron las últimas risas fruto del muy gracioso aspecto con el que nos apareció Emilio, y es que tenía un saco con las piernas y brazos independientes, sí como lo leeis, nunca había visto antes un saco de dormir así, pero me pareció de lo más práctico y cómodo, y por supuesto gracioso pues el bueno de Emilio parecía un astronauta.




El astronauta Emilio









2ª Etapa: Soto de Luiña – Luarca

El miércoles amaneció completamente despejado aunque bastante fresco, y tras recoger las camas y colocar las alforjas en las bicicletas, Gustavo y yo nos despedimos de Emilio que era el único que quedaba a esas horas en el Albergue (eran sólo las 8’15-8,30 am), y nos dirigimos a desayunar al hotel/bar/restaurante donde habíamos cenado la noche anterior. Desayuno completo a base de zumo de naranja natural, café con leche y tostadas con mantequilla y mermelada, todo por unos 3-4 euros por cabeza. Llenamos los bidones de agua, y de nuevo a las bicis esta vez para empezar realmente la segunda etapa.


Carretera semi desierta

Nada más comenzar a rodar nos dimos cuenta de que la carretera picaba claramente hacia arriba, menos mal que al menos tras haber descansado bien la noche anterior teníamos las piernas aún descansadas. La mejor noticia, descartados los preferidos caminos forestales o pistas, era que la carretera era muy poco transitada y podíamos ir bastante tranquilos disfrutando a la vez del bonito paisaje rodeados de vegetación, eucaliptos, helechos y otras especies que hacían de la zona un auténtico vergel lleno de frescor. Pasados los 2-3 primeros kms, comenzamos el descenso en el que como en el día anterior no sólo recuperabamos fuerzas y resuello sino que buscabamos tambhién la diversión lanzándonos a toda velocidad. No recuerdo exactamente la velocidad que alcanzamos en ese tramo, pero tendiendo en cuenta las velocidades medias de las bajadas en este viaje, debimos rodar sobre los 50-55 kms/h, lo que para dos simples aficionados, con MTB’s y cargados como los moros en el paso del estrecho, creo que no esta nada mal. Así antes de darnos cuenta ya alcanzabamos la localidad de Cadavedo, a algo menos de 20 kms de nuestro inicio de jornada. Entre tanto, realizamos alguna parada para tirar fotos, incluso en la misma entrada a Cadavedo, cuya playa y alguna que otra casa y panera (versión asturiana del horreo gallego, cuya diferencia básica se encuentra en su planta cuadrada) resultaban de lo más pintoresco. Me llamó especialmente la atención lo cuidada y diferente de la Pensión Prada, cuya mezcla de estilos y colorido no es nada habitual en la zona. Seguro que es un buen sitio para descansar a tenor del cuidado puesto por sus dueños tanto en el estado del edificio como del jardín circundante.


Bonita pensión



Panera y mi bici

Dejamos atrás Cadavedo y nos dirigimos como siempre hacia el oeste en dirección a Canero y Luarca. Hasta la primera de las localidades nos separaban unos 8 kms que debido al favorable perfil de ese tramo, cubrimos en pocos minutos. La localidad es sumamente pequeña, prácticamente un aldea, y no daba para más que alguna foto a sus playas. Por tanto, no nos demoramos más y seguimos pedaleando hacia nuestro destino de ese día, la mucho más grande y conocida Luarca, que nos aguardaba 6 kms más adelante. La mitad de esos kilómetros fueron de fuerte subida, lo que sumado a la hora del día, sobre las 12.30-13h, hacía que el calor apretara ya bien y el esfuerzo se dejara notar en nuestros rostros en forma de abundantes gotas de sudor. Afortunadamente, lo aguantamos bastante bien y los últimos 3 kms antes de alcanzar Luarca fueron contrariamente todos en bajada, más moderada y curvada, pero relajante en cualquier caso. Atrás habíamos dejado el Cabo Busto y los pequeños pueblos de Caroyas y Barcia.

La llegada a Luarca fue algo peligrosa pues la carretera que entra a la localidad es estrecha, con curvas y sin arcen, por lo que tuvimos que extremar la atención y moderar la velocidad para evitar tener algún percance. Por suerte, y aunque algún coche parecía estar compitiendo dada la velocidad a la que se desplazaba, e incluso algún otro no respetaba las distancias de seguridad mínimas con los que nos desplazabamos en bicicleta, conseguimos llegar al puerto de Luarca sin mayores problemas. Una vez allí tuve un sentimiento extraño pues me precio de tener bastante buena memoria espacial y fotográfica, pero en esta ocasión, no recordaba nada de la localidad, si bien es verdad que había estado sólo en cierta ocasión en mi infancia y no había vuelto. Recuerdos o ausencia de ellos al margen, la localidad es francamente bonita y tiene bastante vida, mucha de ella entorno a su bonito puerto y paseo circundante, donde abundan los bares y restaurantes, frente a uno de los cuales decidimos aparcar nuestros “bólidos” para repostar líquidos y sólidos. Sí, la hora de comer nos había sorprendido, así que hicimos caso a nuestros sabios cuerpos y nos sentamos en unas mesas altas de una agradable terraza y esperamos a que la amable camarera nos sirviese unas cervezas bien frías mientras echabamos un vistazo a la carta de tapas y raciones con las que llenar nuestros estómagos. No recuerdo el nombre de la terraza (acostumbro a no fijarme mucho en eso, desgraciadamente) pero desde luego que la recomendaría dado el buen servicio, lo bien tirada y fría de la cerveza y las buenas tapas, todo ello a un precio si bien no barato, sí apropiado dada la calidad y cantidad de los productos ofertados. Un gran recibimiento el que nos dio Luarca jeje.


Puerto pesquero y Lonja de Luarca



Playa de Luarca

Tras la comida, volvimos a coger las bicis y decidimos dar una vuelta por el puerto primero, y por el resto de la localidad después, y como gracias a nuestro medio de transporte y el tamaño del lugar recorrimos todo ello en pocos minutos, decidimos aprovechar el buen tiempo y acercarnos a la playa para descansar y reposar algo la comida mientras disfrutabamos del solecito y la brisa del mar. Así hicimos, llegando literalmente con las bicis casi hasta el agua. No estuvimos mucho tiempo allí, a lo sumo 45 minutos pues sufrimos un pequeño percance que nos hizo abandonar antes de tiempo tal emplazamiento. No habíamos contado ni siquiera imaginado lo rápido que podía subir la marea allí, y cuando nos quisimos dar cuenta el mar literalmente nos engulló a nosotros mientras yacíamos en la arena llegando también a alcanzar a nuestras bicis, que estaban algo detrás nuestro apoyadas en las rocas. Por supuesto también sufrieron la embestida de las olas nuestras prendas, esas que llevabamos antes de tumbarnos al sol, y quedaron bastante empapadas. Así que, con el lógico sobresalto y algo contrariados, nos tuvimos que desperezar rápidamente y sacar todo de allí rápidamente si no queríamos además perder algo a manos del mar. Lo primero era poner a resguardo la ropa y sacudirla para quitarle en parte la arena y ponerla a secar en las barandillas del paseo paralelo a la playa, entre ésta y la carretera. También sacamos apresuradamente aunque con cuidado las bicis, que habían quedado bastante cubiertas de arena, sal, y algunas algas, cosa que era lo que más nos preocupaba, dado que tal mezcla de ingredientes no resulta en absoluto beneficiosa especialmente para los cambios y frenos de los ciclos. Una vez pusimos todo a salvo y nos cambiamos, nos subimos a nuestras bareadas bicicletas buscando un sitio donde poder darles un buen baño de agua dulce para quitarles todos los restos maléficos que el golpe de mar les había dejado.
Afortunadamente, no tardamos mucho en encontrar el sitio adecuado, y gracias a la amabilidad de los que allí estaban, pudimos volver a dejar nuestras bicis en óptimo estado, bien libres de salitre y arena. El lugar, muy apropiado dado el carácter de la localidad donde nos encontrabamos, fue la lonja de pescado del puerto, donde con unas mangueras, las mismas con las que limpian el pescado y la propia lonja, dimos el sanador baño a nuestros ciclos.

Con las bicicletas en perfecto estado de revista, fuimos a buscar alojamiento. Lo primero fue preguntar por el albergue de peregrinos, el cual no se encuentra dentro de la localidad, y que al parecer tampoco esta especialmente bien, por lo que decidimos quedarnos en el núcleo de la ciudad y buscar pensión u hostal barato para pernoctar. Así, y tras preguntar a varios lugareños e informarnos en la oficina de turismo Luarqueña, fuimos a dar con el Hostal de una señora mayor pero muy amable que nos ofrecía habitación doble con baño separado por 28 euros impuestos incluídos, precio que a la vista de la amplitud de la casa y la habitación, lo limpio que estaba todo, y la propia amabilidad de su dueña, vimos con buenos ojos y decidimos registrarnos allí para pasar la noche. Así, dejamos todas nuestras cosas, alforjas, baules, etc en la habitación, y volvimos a salir a la calle no sin nuestras inseparables compañeras con ruedas para seguir conociendo la localidad y matar el tiempo hasta las 20.45h.¿Por qué hasta esa concreta hora? Porque se daba la circunstancia de que ese día, miércoles 27 de Mayo, se disputaba la final de la Champions League de futbol, título al que además optaba un equipo español, el FC.Barcelona que competía con el Manchester Utd. por el ansiado título continental, y yo personalmente como buen aficionado al llamado deporte rey no quería perderme tal acontecimiento, a lo que Gustavo accedió, más por acompañarme que por interés en el acontecimiento todo hay que decirlo. Así, nos dimos unas rápidas duchas, nos cambiamos vistiendo ya como personas “normales”, y encontramos un bar con una buena pantalla de TV y ambiente agradable y tranquilo para disfrutar del encuentro. Además, lo pudimos disfrutar tomando unos magníficamente bien preparados zumos de tomate, con su toque justo e pimienta, limón, etc. Muy agradales. El resultado siendo lo de menos, fue favorable al conjunto español, y los azulgranas ganaron el partido y el título.

Concluído el partido, felices y con ganas de darnos un homenaje, decidimos ir a cenar algo especial, para lo que Gus propuso ir a un restaurante marisquería que conocía a degustar una mariscada en toda regla. No me pregunteis porqué pero no pude negarme. Así, que esta vez decidimos dejar nuestras bicis bien aparcadas y atadas en el rellano del Hostal, e ir andando hasta el restaurante.
Lo demás fue sólo placer, dos enormes fuentes, la primera llena de almejas, calamares fritos, gambas y langostinos a la plancha y unas navajas, seguida de otra con buey de mar y nécoras, todo ello bien regado de dos botellas de sidra. Un manjar que además nos salió muy bien de precio.


Mariscada en Luarca

Bien cenados, regresamos al Hostal para descansar y esperar el siguiente día.


3ª Etapa: Luarca – Tapia de Casariego

Al amanecer del tercer día, nos aseamos y recogimos todo, nos despedimos de la amable dueña del Hostal, y cargamos las bicis para ir a desayunar antes de ponernos en camino. Decidimos ir a desayunar al mismo bar/cafetería donde habíamos visto el futbol la tarde-noche anterior, y nuevamente desayunamos muy bien. Hecho esto, fuimos a un supermercado a comprar algo de embutido, queso, pan y fruta para el camino. Y con todo dispuesto, tomamos rumbo a la salida de la ciudad para retomar la ruta peregrina.

Los primeros 10 kms de la etapa fueron de moderada pero constante subida, siendo los 3-4 primeros los más duros. Curiosamente, y para nuestra alegría, pudimos transitar por varios tramos de pista alejados de los temibles coches y la carretera. Esto hasta que llegamos a la aldea de Sabugo (no confundir con la famosa por sus jamones localidad de Huelva). A partir de ahí, retomamos la carretera general de la costa emprendiendo una rápida bajada de esas que tanto le gustan a Gus y en las que siempre procuraba alcanzar la más alta velocidad posible (dentro de unos límites lógicamente). A dicha bajada le siguió una subida de menor desnivel que nos llevaría hasta las localidades de Villapedre y Piñera, sin nada destacable. Poco después de Piñera, concluía la subida e iniciabamos un nuevo descenso moderado hasta la más importante localidad de Navia.

En dicha localidad, decidimos hacer un alto en el camino, tomar unas cocacolas, y preguntar en la oficina de turismo... Oficna de turismo?? Sí, haberla la había, pero bien cerrada a media mañana ¿?!! Bien, decidimos entonces parar en el ayuntamiento, donde para nuestra sorpresa y tras haber hablado antes previamente con viandantes y algún funcionario de la alcaldía municipal, nos atendió el mismisimo regente del consistorio, un hombre de mediana edad, canoso y con abundante aunque cuidada barba. El caso es que la conversación que tuvimos con este buen hombre fue poco menos que surrealista, pues no dudando de sus buenas intenciones, no era capaz de indicarnos correctamente y parecía tener menos idea de las carreteras locales que nosotros mismos. En fin, unos minutos después reemprendimos la marcha sin un claro convencimiento de ir por donde debíamos. Qué desastre, oficina de turismo cerrada, alcalde... simpático, y las mismas dudas en la cabeza.


Ayuntamiento de Navia

Por fortuna, resultó que no habíamos salido mal del todo, y poco después empezamos a ver indicaciones del camino, con la típica concha de vieira peregrina. Lo que también habían vuelto fueron las fuertes rampas, con 5 kms bastante duros, seguidos de un “tobogán” hasta llegar a La Caridad. En ese punto ya llevabamos unos 35 kms de jornada y nos acercabamos a la hora del vermouth o aperitivo, sobre las 13-13.30h. A partir de ahí, y hasta llegar a Tapia de Casariego, disfrutamos de una prolongada y en ocasiones fuerte bajada de unos 7 kms que nos sirvío para descansar algo las piernas del subibaja anterior.

Ya en Tapia, me dejé guiar por Gus que conocía algo la localidad de algún viaje previo, y nos dirigimos hasta el mismo centro primero y su puerto pesquero después. Ya en este punto empecé a vislumbrar lo agradable de la localidad, donde se respira buen ambiente en un entorno muy bonito y cuidado. Se percibe que es un centro vacacional importante, con buenas y bonitas segundas residencias, amen de las viviendas principales de los lugareños.
El puerto, bastante recogido y que me recuerda en parte al de Cudillero, tiene sin embargo un gran calado, pues la envergadura de los barcos allí atracados así lo sugiere. Allí mismo, frente al puerto no faltan los bares, algunos de ellos con vida nocturna también, donde poder tomar algo e incluso comer. En nuestro caso, la comida decidimos hacerla muy cerca de allí, pegados a una fuente de potable y fresca agua, haciéndonos bocadillos con el fiambre y queso que compramos al salir de Luarca por la mañana. Tras la comida y habiéndonos refrescado bien en la fuente y rellenado nuestros bidones con agua fresquita, caminamos con nuestras bicis al lado hasta uno de los bares frente al puerto donde nos quedamos un rato a tomar un café.

Gus y yo en Puerto de Tapia de Casariego


Paseo Tapia de Casariego


Gus y yo en Tapia de Casariego

Puerto de Tapia de Casariego

Durante la sobremesa, aparte de hacer alguna foto, repasamos la etapa realizada, miramos lo próximo y decidimos, viendo que la localidad además de muy bonita y agradable disponía de albergue, quedarnos en ella lo que quedaba de día. Conviene apuntar que los albergues del camino no son todos gratuitos. Bueno mejor dicho, la mayoría son de “donativo”, es decir, cada peregrino deja en un buzón colocado en el albergue a tal efecto, la cantidad pecuniaria que estime oportuna, pero también los hay de pago, que generalmente suele ser de 3 euros, pero que en ocasiones como comentare más adelante, puede ser mayor. Reseñado el tema de los albergues, cogimos las bicis y fuimos preguntando hasta llegar al de Tapia donde pretendíamos quedarnos a dormir esa noche.

No tardamos mucho en dar con el albergue, y justo a su llegada primera sorpresa. Hasta entonces, en los 3 días de camino que llevabamos, apenas habíamos visto peregrinos, y los pocos que sí vimos iban todos a pie y los habíamos conocido en el albergue de Soto de Luiña, a dónde llegamos al finalizar la primera jornada de este camino a Santiago. Pues bien, cuando llegamos a la puerta del albergue de Tapia de Casariego, nos encontramos medio dormida y con aspecto cansado a una chica alemana con la que coincidimos en aquel primer albergue 2 días antes. Impresionante pensamos!!, sabiendo que ella iba andando. Nos reconoció y rápidamente empezamos a hablar mientras nosotros llamabamos al teléfono que el hostalero había dejado en un papel pegado en la puerta. Al poco se presentó éste que nos enseñó rápidamente el albergue y nos dijo que eramos los primeros del día en llegar, por lo que pudimos elegir las camas (todas en series de literas y divididas en dos pisos) en las que ibamos a dormir por la noche. Nos dejó sendos juegos de llaves, advirtiéndonos de no dejarlas a nadie ni de dejarlas puestas, y que si salíamos del albergue y no quedaba nadie dentro cerrásemos con ellas la puerta. Y así hicimos, tras descansar un poco por allí y charlar otro poco con Stephany, nuestra ya amiga alemana la cual estaba bastante cansada y dolorida pues tenía varias ampollas en su pies. Con todo, ella salió del albergue antes que nosotros, por lo que cuando lo dejamos, cerramos como nos había recomendado el hospitalero. Nuevamente en las bicis, y esta vez aún cargados pues preferimos llevar nuestras cosas con nosotros que dejarlas sólas en el albergue sabiendo que llegaría más gente.


Gus junto al albergue de Tapia


En el Camino abunda la buena gente, y siendo todos peregrinos, la camaradería y compañerismo reinan, pero como en todas partes hay de todo, y en ocasiones es mejor ser precavido y tomar mínimas medidas para evitar tener disgustos.

El paseo por Tapia acabó de convencerme de lo extraordinaria en mi opinión de la localidad, sin duda un sitio donde no me importaría nada tener una casa y al que espero volver en más de una ocasión. Gus seguía haciendo de falso anfitrión descubriéndome lo más reseñable del lugar, pequeñas calles empinadas, plazoletas, estatuas con diveros motivos y un bonito y cuidado paseo bordeando los acantilados que nos llevaría hasta una espectacular playa con fuerte oleaje que Gus me advirtió como muy utilizada por surferos y que pronto tuve ocasión de corroborar, no por la presencia de los mismos, pero sí por varios monumentos y placas que así acreditaban dicha playa. Lo dicho, muy bonito lugar. Por supuesto, nos hicimos más fotos y nos tumbamos un rato mientras charlabamos justo en la bajada a dicha playa pero aún en la fresca hierba. Allí estuvimos pasando la tarde un buen rato, hasta que el sol empezó a caer y decidimos además de ponernos las chaquetas, tomar rumbo de nuevo al albergue esta vez sí para dejar las cosas terminar de acomodarnos y ducharnos y cambiarnos antes de ir a cenar.


Playa surfistas Tapia de Casariego


Playa surfistas Tapia de Casariego


De nuevo en el albergue, encontramos ya más gente, una enfermera catalana bajita que iba sóla, un alemán no muy simpático, un italiano que parecía ir con él, varios alemanes más ya de avanzada edad (entre 50-60 años) y nuestros amigos Dennis, al cual no habíamos visto antes, y Stephany. Se me olvidaba comentar que de camino al albergue vimos un grupo de 6 (3 parejas de chicos y chicas) ciclistas españoles también (los primeros que nos encontrabamos en todo el camino) con los que hablamos algo pero que luego no volvimos a ver y no tengo certeza si durmieron en el albergue con nosotros o no.

El caso es que al final fuimos a parar al mismo bar donde habíamos tomado café pues el resto o estaban cerrados, la mayoría, o no tenían gente, ambiente. Y casualmente, allí parecían estar esperándonos Dennis y Stephi. Así que nos unimos a ellos que como no, estaban bebiendo cerveza, raro verdad?? No sabíamos la que nos esperaba.

La verdad es que con estos chicos que creíamos pareja pero que luego descubrimos que no era así, conectamos enseguida y entre cerveza y cerveza y unos montaditos con los que mal cenamos la verdad (por cantidad que no por calidad), nos echamos unas buenas risas y pasamos un rato muy agradable. Ambos se habían conocido unos días atrás en el camino y habían decidido hacerlo juntos ya que ambos además iban andando, pero a qué ritmo!! Según ellos mismos nos confirmaron, hacían 40 kms diarios, cantidad bastante elevada cuando se trata de ir a pie y se carga con grandes macutos y por una orografía tan cambiante como la del Camino del Norte. Verdaderamente, y como además empezabamos a comprobar, son unos auténticos superman y superwoman o speedygirl como luego se autodenominaría Steph jeje.
Por cierto, que ella entendía un poquito de español y hablaba algo menos, pero entre eso y que todos menos Gustavo nos defendíamos en inglés, nos comunicabamos bastante bien. Además, y aunque mi alemán ha empeorado mucho en los últimos años (por no usarlo), también pude desempolvarlo un poco e intercambiar diálogos en ese idioma con ellos.


Dennis, Stephanie, Gus y yo


Unas cuantas, bastantes, cervezas después decidimos cambiar de local e ir a otro más “nocturno”, con otra luz, mucho más tenue, y músiquita de fondo. Allí nos tomamos otras dos rondas entre más risas, antes de emprender camino hacia el albergue. Sin embargo, no contabamos con que el amigo Dennos, aparte de grandón y buen tío, nos tenía preparada una sorpresilla en forma de... más cervezas, esta vez en latas. Madre mía pensé yo, hace siglos que no bebo tanta cerveza y se supone que estamos haciendo el Camino. Sí, y lo hacemos, pero como dije al principio hay también tiempo para relajarse y disfrutar de otras cosas. Así pues, las últimas cervezas nos las tomamos en un jardincillo al lado del albergue, bien abrigados eso sí porque la noche estaba fresquita, como acostumbra en el norte y más en la costa, donde con la humedad se magnifica la sensación de frío. Antes de irnos todos a la cama, quedamos en seguir viéndonos a lo largo del camino y si por algún casual no nos veíamos, sí que quedaríamos en Santiago para celebrar juntos la consecución del objetivo último del Camino y realizar otra “ruta”, el Paris-Dakar, de la que ya hablaré más adelante.









4ª Etapa: Tapia de Casariego – Mondoñedo

Cuando nos levantamos, ya se habían puesto en marcha la mitad de los peregrinos que pernoctaron con nosotros, y estaban terminando de recoger nuestros ya buenos amigos alemanes. Nos despedimos de ellos y quedamos como la noche anterior en seguir viéndonos. Recogimos el saco, motamos las alforjas en las bicicletas, y a desayunar como todas las mañanas antes de ponernos en ruta. Y cómo no sabíamos donde ir y el bar del día anterior nos había gustado y nos habían tratado bien, pues allí que fuimos de nuevo para cumplir con el trámite de la primea comida del día. Desayunamos muy bien y abundantemente, así que cumplido dicho ritual, volvimos a las bicis esta vez para comenzar la etapa sin necesidad si quiera de comprar viandas para el camino pues nos habían sobrado del día anterior.

La ídea de ese día era avanzar lo más posible ya que las etapas anteriores, a excepción de la primera, las habíamos cubierto bastante desahogadamente y debíamos progresar más en previsión de posibles problemas o contratiempos, o simplemente para poder regular luego más adelante. Con esa idea clara, y para variar, la jornada empezaba rodando por carretera (la mayoría de las pistas y caminos del camino del norte son inciclables) y cuesta arriba, aunque salpicado de también de algunas bajadas, vamos el típico perfil rompepiernas de este bonito camino hacia la capital compostelana. Tras una serie de toboganes y habiendo recorrido desde Tapia unos 8-10 kms llegamos a la localidad de Castropol, vecina de Ribadeo y donde ya empezamos a vislumbrar la gran ría que da nombre a esa famosa localidad y que supone la desembocadura del rio Eo. Aprovechamos a hacer un alto en el camino para beber agua y preguntar en la oficina de turismo de Castropol, pero por segunda vez en el viaje y a pesar de ser más del as 10’30 de la mañana, nos la encontramos cerrada. Curiosamente, la oficina turística se encuentra lindante con un cuartel de la Guardia Civil, pero a pesar de dar varias voces por allí para ver si alguien nos podía ayudar, nadie salió a nuestro encuentro, así que extrañados, proseguimos nuestro pedaleo.




Gus en un alto del camino


No mucho más adelante, ya en la ria de Ribadeo nos percatamos que nos habíamos pasado el puente por el que se puede pasar a pie al otro lado de la ría sin necesidad de tener que rodearla completamente, hecho que nos supuso cierto malestar pues nos añadía alrededor de 12-15 kms a la etapa. Así pues, pasamos por Vegadeo, antes de conseguir enlazar de nuevo con la ruta peregrina en Ribadeo desde donde empezaríamos a abandonar la costa para adentrarnos por el interior de la provincia gallega de Lugo.

La jornada hasta aquí, y parafraseando a un amigo la podríamos denominar como “pestosa”, es decir, sin grandes desniveles, pero por parajes no demasiado atractivos y por un perfil de ruta de mucho subibaja sin ningún atractivo especial. Esto iba a cambiar desde Ribadeo, pues apartir de entonces empezamos un progresivo ascenso primero hasta Vilela y más fuerte después hasta Villamartin el Grande. Sin embargo, antes de llegar a estas localidades, paramos a comer en un lugar muy muy conocido y de extraordinaria belleza como es la Playa de las Catedrales, sita entre las localidades de Ribadeo y Foz.


Playa de las Catedrales


Playa de las Catedrales



Mi bici en Las Catedrales

Durante la comida, Gus y yo hablamos de la intención de acabar jornada en la localidad lucense de Mondoñedo, la cual recordaba de alguna estancia anterior años atrás y de la que eran sus cuestas y su catedral lo que me llamó entonces la atención.

Puestos de nuevo en ruta, y a la altura de Gondan y Vilamar, tomamos una pista (bien!!) por la que poder transitar si bien más despacio, también más despreocupados y tranquilos al no compartir vía con vehículos motorizados, y pudiendo disfrutar más de la naturaleza y sus paisajes llenos de contrástes cromáticos y olfativos, un placer para los sentidos. Por esa pista llegamos y atravesamos la localidad de Vilanova de Lourenzá, donde hicimos una pequeña parada para sofocar el intenso calor, tomar unas cocacolas bien frías y rellenar nuestro bidones de agua fresca, antes del último arreón hasta nuestro destino. Saliendo de allí, teníamos la posibilidad de retornar a la pista o seguir por la más rápida quizá ruta asfáltica, la cual tomamos inicialmente dado que las fuerzas empezaban a flaquear. Estabamos a unos 10 kms de Mondoñedo pero esos kms iban a ser de constante subida con algunas rampas bastante fuertes, y eso cuando ya llevas unos 70 kms rodados esa jornada la verdad es que duele. Sin embargo, no nos desanimamos y aún con las fuerzas justas, seguimos tirando hasta un punto en que el fuerte desnivel y la falta de indicaciones nos obligaron a descender de las bicicletas, momento que aprovechamos para echar un vistazo a nuestro plano y guía y comprobar si estabamos en el buen camino. Así lo creímos, a pesar de que en nuestra guía marcaba una pista y nosotros ibamos por una carretera local, absolutamente despejada de tráfico pero asfaltada. Así seguimos durante unos kilómetros más
hasta un alto en el que volvimos a parar ante la presencia de un pueblo abajo del valle y un camino que salía a nuestra derecha y que parecía llevar hasta él. Comentamos y dudamos si tirar por él o seguir por el asfalto, pero dadas las pocas fuerzas que llevabamos, lo estrecho y embarrado del camino (había llovido bien las jornadas anteriores) y el desconocimiento de si nos iba a llevar donde queríamos, nos decantaron por seguir la más sencilla y clara carretera.




En poco más de 5-7 min y unos 2 kms más adelante, alcanzamos un pequeño pueblo o aldea en la que preguntamos en un surtidor de gasolina por el camino correcto a seguir, pues hacía muchos kms que no veíamos indicaciones. Por suerte, justo allí pegado al surtidor, había una concha de vieira indicando teóricamente la dirección que debíamos tomar. Digo teóricamente, porque resultó estar mal indicado de lo que nos advirtió el hombre a cargo del surtidor ya que había visto a muchos peregrinos tomar ese camino (pista) y perderse y tener que volver hacia atrás. Así, y tras las advertencias y consejos, proseguimos y a la salida del pueblo, ya empezamos a ver indicaciones de la carretera a tomar hacia Mondoñedo, que según las mismas lo teníamos ya a unos 8 kms. Eso sí, como también nos habían advertido y recordaba de años atrás, todo el camino restante iba a ser en constante subida.

La subida afortunadamente no tenía rampas demasiado duras y muy poco tránsito de vehículos, lo cual nos ayudaba bastante a progresar. La tarde iba avanzando y eran ya cerca de las 19h. Poco a poco nos fuimos acercando a Mondoñedo y cuando empezamos a divisar la población, el perfil, de la ruta se tornó ligeramente descendente, lo que suponía un gran alivio para nuestras castigadas piernas. Sin embargo, aunque nos quedaba poco, aún teníamos por delante 2-2’5 kms muy duros, ya que toda la localidad se encuentre en una montaña y para más inrri el albergue al que nos dirigíamos se encontraba justo en lo más alto de la localidad. Ya a la entrada de la población empecé a recordar parte de la misma, a pesar de lo cual tuvimos que preguntar un par de veces por la localización del albergue peregrino. No fue complicado llegar a él, pero si duro, muy duro, porque como digo todo el pueblo se haya en pendiente, siendo la última cuesta, justo la que llega hasta el albergue, descomunal obligándonos irremisiblemente a bajar de las bicicletas, pues dudo mucho que incluso un ciclista profesional pudiera subir dicha rampa y más cargados como ibamos. Realmente una puntilla cruel a una dura etapa. Cuando finalmente alcanzamos el albergue, saludamos a Antonio, un peregrino portugués que nos encontramos en la entrada, y nos encaminamos hacia las camas para tomar posesión de las nuestras, y literalmente caímos fulminados sobre ellas. Fueron unos 25-30 min. Los que quedamos tendidos como despojos sobre el lecho sin apenas poder pronunciar palabra ni realizar movimiento alguno, tal era el cansancio extremo con el que llegamos. Sin embargo esos minutos nos hicieron mucho bien, y tras ellos poco a poco pudimos ri reponiéndonos a lo que sin duda nos ayudó y mucho una buena ducha. Reseñar también, que en ese momento estabamos muy tranquilos pues el albergue estaba casi vacío y la calidad y comodidad del mismo era realmente digna de mención, con unos baños excepcionales y todo muy limpio y ordenado. Por contar el albergue tenía incluso ascensor, impresionante!! Uno de los tres mejores de todo nuestro viaje sin ninguna duda, eso sí no era de “donativo”, pero por 3 euros creo que lo que se obtiene a cambio bien merece la pena.


Albergue de Mondoñedo

Ya duchados y recuperados en parte, Gus se había adelantado y había bajado al núcleo de la ciudad donde me iba a esperar en una de las terrazas aledañas a la Catedral, una imponente construcción románica en el centro de una plaza rodeada de algunos soportales. Sin duda, lo más destacable de la localidad, núcleo vital de la misma.


Catedral de Mondoñedo


Cuando llegué donde Gustavo, éste se hallaba ya disfrutando de una cerveza bien fría y me comentó que en la farmacia cercana donde había entrado buscando una crema antirozaduras, la farmaceútica que la regentaba le había recomendado sitios donde cenar y tomar algo. Gus me habló muy bien de esta chica, que había sido muy amable y simpática, así que no sabiendo muy bien dónde cenar, decidimos seguir sus consejos, y encaminar nuestros pasos hacia la Casa de la Xunta Galega donde al parecer daban comidas muy bien de precio al estar subvencionadas por la Xunta. Y a fé que valía la pena ir allí, pues cenamos muy abundantemente y con una calidad muy buena a un precio realmente muy muy bueno, pues tomamos una generosa ración de un exquisito pulpo a feira recien hecho (nos lo habían recomendado también) y sendos platos combinados con merluza a la romana, jamon Cork, ensalada, croquetas, patatas fritas, etc. Comimos como alimañas hambrientas, y no dejamos “ni las raspas”. Creo recordar que todo nos salió, bebida, postre y cafés incluídos por 7-8 euros persona, fantástico!.


Tras la magnífica cena, y siendo viernes nos fuimos a dar una vuelta buscando la zona de “jaleo” donde poder entretenernos un poco y tomarnos algún digestivo. Y lo encontramos, una serie de bares de los que decidimos entrar en el más animado, y en donde además encontramos una mesa al fondo para poder aposentarnos cómodamente mientras disfrutabamos de unas copas. El ambiente, diferente obviamente al de una gran ciudad, era sin embargo muy agradable, y hubo más de un bis antes de retirarnos hacia el albergue a descansar.


5ª Etapa: Mondoñedo – Vilalba

El sábado amaneció como los últimos días bastante despejado y nos levantamos sin ninguna prisa sobre las 9’30-10 de la mañana, recogimos todo como siempre, y a montar todo a las bicis, buscar un bar donde desayunar y reemprender camino. Bajamos al pueblo, y llegamos a un bar donde la farmaceutica del día anterior nos había recomendado tomar el desayuno, pues además tenía horno panadero/pastelero. Así, realizamos un estupendo desayuno con zumos de naranja, y tartas y bollos caseros recien hechos acompañando el café con leche. Aprovechamos entre tanto para echar un ojo al itinerario del día, y así tenerlo ya en la mente.

Desayunados, pasamos por la farmacia y Gustavo me presentó a la farmaceútica, le dimos las gracias por todas las recomendaciones y ayuda, y nos despedimos de ella, dirigiendo nuestros pasos hacia la oficina de turismo antes de abandonar la localidad. Allí, nos informaron de lo más importante de la ruta, más consejos, algún pequeño plano, y aprovechamos para sellar como en otros casos, nuestras credenciales de peregrinos.


Una vez en las bicis, comenzamos para variar con terreno ascendente durante los 10 primeros kilómetros hasta alcanzar el Alto de Xesta, desde donde iniciaríamos un ligero descenso para llegar a Gontan. Allí habíamos previsto hacer una pequeña parada aprovechando que además la localidad contaba con albergue. Nada más llegar a éste, y antes incluso de aparcar la bici debajo de un gran arbol al otro lado de la carretera que procuraba una buena sombra, un chico muy amable me saludó y se ofreció para ayudarme en algo y preguntarme si buscaba el albergue, obviamente me vio con pinta de peregrino. Le agradecí el gesto y le dije que ya había visto que el edificio de al lado era la casa de los peregrinos y que estaba esperando que llegara mi compañero, que se había quedado algo descolgado en el último tramo antes de llegar allí. A continuación me dijo que él era el hospitalero y que si queríamos podíamos utilizar el baño y descansar algo allí. En eso llegó Gustavo, le presenté a Alberto, que así se llamaba el amable hospitalero, y decidimos tomarle la palabra y quedarnos un rato por allí. Descubrimos de la mano de nuestro simpático anfitrión que el albergue estaba fenomenal ya que además apenas tenía 6 meses, y a su impecable, moderno y funcional estado, unía gran comodidad y limpieza. Como no quedaba mucho para la hora de comer, y viendo que el albergue contaba con una buena cocina, decidimos hacer uso de la misma por primera vez en el viaje y cocinar algo sencillo para comer allí. Le preguntamos a Alberto dónde poder comprar algo de comida y nos indicó un bar que tenía también tienda tipo ultramarinos (muy frecuente en pueblos del norte español) en la misma calle unos metros más arriba.

Compramos algo de pasta, tomate frito, salchichas y pan. No necesitabamos aceite y sal pues ya lo había en la cocina del albergue. No acababamos de entrar en el albergue para empezar a preparar la comida, cuando vimos aparecer a nuestros buenos amigos “los alemanes”. Qué ilusión volver a coincidir con Dennos y Stephanie!! Sus caras de sorpresa y agrado nos demostraron también su coincidencia. Ellos venían más cansados que nosotros, y les invitamos a compartir mesa y comida con nosotros, a lo que aceptaron siempre que les permitieramos colaborar en el pago de la compra. Por supuesto, no aceptamos tal colaboración pues había sido una compra muy pequeña y nos daba lo mismo hacerlo sólo para nosotros que para 2-3 más. Alberto ya había comido y declinó nuestra invitación agradeciéndonosla. Verdaderamente, es muy agradable encontrar gente educada, amable y simpática en todos lados, pero si además estas disfrutando de una experiencia como la que supone hacer el camino yendo muchas veces cansado, aún se agradece más.


Con nuestros amigos Stephanie y Dennis en el Albergue de Gontan

Dennis, Steph, Gus y yo disfrutamos de un buen plato de spaguetis con tomate, salchichas y queso (loncheado que nos había sobrado del día anterior) al tiempo que conversabamos acerca del camino. Concluída la comida, recogimos y limpiamos todo, y salimos fuera buscando la sombra de los árboles para evitar el fuerte sol y calor que hacía en esos momentos. Allí vimos a Alberto leyendo un libro. Cuando nos vío salir, se incorporó al grupo. Poco después, nos ofreció dar un paseo por la vereda del río lindante, paseo que nos serviría para bajar algo la comida y refrescarnos un poco con las frescas aguas del río. Así lo hicimos, y siguiéndole disfrutamos de un muy agradable paseo hasta llegar a un punto en el que podíamos acceder directamente al propio cauce del río, donde todos nos metimos algo (no mucho pues el agua estaba gélida) para refrescarnos. Allí nos quedamos charlando todos durante media hora, antes de regresar al albergue. Cuando lo hicimos, Gustavo y yo nos despedimos de todos, agradecimos a Alberto el fenomenal trato recibido y reemprendimos nuestro peregrinar.

Esa tarde hacía mucho calor, y los menos de 20 kms que nos separaban hasta Vilalba que habría de ser nuestro final de etapa, se hicieron duros por esa circunstancia. Por suerte, el perfil del recorrido era bastante benigno, con pocos dientes de sierra, algo no muy habitual en la ruta peregrina de la costa.

En un determinado punto, tuve que realizar una parada porque se me había soltado un pulpo que sujetaba mi chaqueta y aproveché también para beber algo de agua. No avisé a Gustavo y el siguió pedaleando. Cuando reemprendí la marcha había perdido contacto visual con él, pero decidí rodar sin más problemas esperando alcanzarlo más adelante. Sin embargo, el camino que inicialmente era por carretera se bifurcaba algo más adelante ofreciendo también la posibilidad de ir por una pista paralela a la carretera. Pensando en que Gustavo iba ya bastante adelante, decidí seguir por la cinta asfáltica couyo arcen y perfil en este caso hacía cómodo el rodar. Unos kms más adelante, y aún sin noticias de Gus, volví a ver otro acceso a la pista y esta vez sí decidí cogerla y tirar por ahí. Desgraciadamente, pronto pude comprobar como seguía sin ver a mi compañero, por lo que sabiendo que no quedaba mucho de recorrido hasta llegar a Vilalba y su albergue, en ese punto calculo que unos 5 kms, comencé a pedalear más fuerte pensando nuevamente que él iba por delante de mí, cuando no habría llegado ya. La pista era bastante cómoda, bonita y llena de olores, pues atravesaba por algunas fincas privadas, muchas de ellas granjas agrícolas y ganaderas. También cruzaba varios riachuelos lo que embellecía y refrescaba su recorrido. En varias de estas granjas, pude ver granjeros a los que les pregunte por Gustavo a lo que nunca tuve una respuesta afirmativa, lo que me hizo pensar que igual estaba yendo por otro lado o era yo el que iba por delante de él. Bajé algo el ritmo, y poco más adelante, salí de la pista a un tramos de carretera cortada que llebana justo a una zona poligonal a la entrada de Vilalba. Poco más adelante ví la indicación del camino y el albergue, que quedaba a mano derecha según se entraba en dicha zona.

Al llegar, dejé la bici en un lugar visible cerca de la puerta y evitando que estorbara el paso de posibles peregrinos. Aparentemente el albergue estaba cerrado y sin nadie. Viendo que Gus tampoco estaba por allí, miré mi teléfono móvil y ví que tenía una llamada perdida de él de hacía 1 hora; no lo había escuchado. Lo llamé de vuelta pero no obtuve respuesta, probablemente él tampoco se percató de la llamada. En eso, llamé al teléfono de protección civil que se indicaba en la puerta del albergue para avisar de mi presencia e intención de quedarme allí. No tardaron en contestarme y decirme que en 1 hora aproximadamente, se pasaría por allí a abrir y sellar las credenciales de más peregrinos. Ésto me puso sobre aviso en que no ibamos a estar sólos, mejor. Me senté en un banco de madera cercano a la puerta a esperar mientras daba buenos tragos de agua al bidón de la bici. Para mi sorpresa, de repente apareció como de la nada un hombre japonés de cierta edad que me saludó en español!! Recordé en ese momento que Alberto, el hospitalero de Gontan, me había hablado de un japonés llamado Sr.Ito jajaja. Pues sí, ese era tal señor, Hiruishy Ito (espero haberlo escrito bien). Había salido muy silenciosamente como buen japonés, del interior del albergue, que debía estar cerrado por dentro pues yo intenté acceder cuando llegué encontrándome la puerta cerrada. Mientras conversaba con él, llegó también mi tocayo Antonio, el portugués que habíamos conocido en Mondoñedo, y en ese momentó me llamó Gustavo para decirme que me había estado esperando y que me había llamdo y tal. Me disculpé y le dije que estaba en el albergue de Vilalba, que llevaba unos 15 minutos allí y le pregunté dónde se encontraba, a lo que me respondió que estaba en la última zona de granjas de la pista cercana. En menos de 5 min., Gus aparecía por la puerta. Juntos, descargamos las bicicletas y entramos a ocupar unas camas para la noche, antes de que llegara más gente y pudieramos tener problemas de plazas. Cuando bajamos, nos encontramos con nuevos peregrinos, un grupo de gente de entre 50-60 años españoles muy dicharacheros con los que charlamos un rato, y algo más tarde apareció la enfermera catalana, el aleman y el italiano errantes, y por último una pareja de ciclistas vascos que como uno de ellos dijo venían de “pajaron”. Al rato descubrimos que eso significaba que venían vacíos, con la “pájara”, lo cual no nos resultó nada extraño porque venían de hacer ¡165 kms!, impresionante. Por supuesto, no eran vascos cualquiera, eran ciclistas preparados durante años y además del mismo Bilbao, casi nada.

Tras recibir al miembro de protección civil que nos registraba y cobraba el alojamiento (3 euros por persona) y nos sellaba la credencial peregrina, nos dimos unas ducha antes de cambiarnos e ir a cenar al pueblo, ya que como dije anteriormente el albergue se encontraba en una zona de polígono a la entrada de la localidad. Ya aseados y con las bicis descargadas, entramos en la localidad con tiempo aún para conocerla algo y ver lo más destacado de la misma que es el Parador-Castillo de Vilalba y una Iglesia muy cercana al mismo. Al final, también cenaríamos por esa zona ya que varias personas locales nos lo habían recomendado para comer bien y barato. Y efectivamente así fue, estuvimos cenando en una terraza en una estrecha calle ligeramente en pendiente que partía de la misma plaza de la iglesia.




Torre del Parador de Vilalba

El menú consistío en un par de tapas de pimiento del piquillo y anchoas acompañadas de las tradicionales tazas de ribeiro bien fresquito (qué bien entra después de un día de calor), para abrir hueco a una ración de pulpo a feira y una sabrosa ensalada de bacalao. No cenamos nada mal, tampoco en la misma cantidad de otras veces, pero es que habíamos comido bien y la jornada de tarde no había sido ni muy dura ni larga, por lo que tampoco necesitábamos comer más. Además, la noche era agradable y disfrutamos de una cena pausada y con una larga sobremesa charlando. Cuando lo creimos oportuno, pagamos y nos fuimos buscando algo de ambiente; era sábado noche.

No tardamos mucho, ibamos en bici (y cómo corrían ahora descargadas jeje) en llegar a una zona de bares/pubs, donde después de recorrerlos todos desde el exterior, entramos como siempre en los que nos parecieron más animados. Empezaron los “digestivos”, al principio poco acompañados de más gente, para poco a poco ir teniendo más compañía. Así estuvimos en tres locales, cuando a la salida del último y cuando estabmos apunto de coger las bicis para marcharnos, alguien llamó nuestra atención invitándonos a acercarnos y ofreciéndonos una copa. Nos miramos y sin decir nada decidimos acceder a la invitación. Cuando llegamos a la puerta del local en cuestión, nos saludó muy alegre y parlanchin el que luego resultó ser el dueño, de nombre Antonio, el cual reiteró el ofrecimiento de invitación a una copa que no pudimos declinar. Entramos pues con él en el pub y nos sentamos en un lado de la barra donde pronto apareció una camarera a la cual nos presentó y a la que dijo que nos pusiera lo que quisiéramos. Agradecimos el detalle y pedimos un par de caciques con cocacola. La chica era además muy simpática, de esas con las que más allá de su mayor o menor belleza física, que también la tenía, se puede conversar perfectamente y de distintos temas. No tardamos mucho en ser el centro de atención del local, a lo cual ayudaba bastante nuestro acento claramente de fuera y aún más nuestro atuendo, muy alejado del habitual para salir por la noche, pues ambos ibamos con pantalones cortos, camisetas de manga corta, y playeras, vamos con look de lo que habitualmente denominamos “guiris”. Así, se nos arrimaron otros 2 personajes, uno de los cuales quería invitarnos también a una copa cuando apenas habíamos comenzado las anteriores. A pesar de su insistencia, y con la intermediación del dueño, le agradecimos la oferta y la postergamos quizá para más tarde cuando hubiéramos terminado las copas con las que estabamos.

La conversación con estos últimos personajes empezó a tornarse sino subrrealista sí al menos muy muy peculiar, llena de ironías, matáforas sin sentido, pequeños retos, etc. Me habían hablado de la “retranca” de ciertas personas especialmente en galicia, donde al parecer se da bastante ese comportamiento social, y al que yo hasta la fecha no había tenido oportunidad de conocer realmente. Gustavo, cuya ex mujer es gallega y que ha andado más por esas tierras que yo, me advirtió del fuerte carácter retranquero del personaje al cual nos enfrentabamos dialécticamente. Mientras, el “amigo” de éste, me contaba una historia sin pies ni cabeza y se quejaba amargamente de su suerte. Al principio no quise ser descortes ni maleducado, pero tras un buen rato contandome como digo mini historias inconexas y de forma reiterada, tuve que frenarle y decirle que la culpa de parte de sus problemas era de él. Pareció reaccionar, no sin cierta sorpresa porque un foráneo le hablara tan dirécta y tajantemente, pero el caso es que funcionó y el tipo dejó literalmente de darme la brasa con sus penas. Sin embargo, el gallego (porque el “pesao” era colombiano), proseguía dándole bien a Gustavo. Zafado ya del pequeño colombiano, me incorporé a la conversación del grandón retranquero con el fin de ayudar a Gus. Mientras Antonio, el dueño del local, alternaba el diálogo con otros clientes con el juego en una máquina tragaperras.

“El retrancas”, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, empezó a ponerse también realmente pesado al tiempo que su borrachera crecía también, por lo que con algún roce que otro que no pasó del simple diálogo, tanto Gus como yo conseguimos deshacernos de él cuya última pretensión lejos de la inicial de invitarnos a una copa, pasaba por que nosotros le invitásemos a él y su amigo, a lo que nos negamos aduciendo que nos ibamos en breve y que si habíamos entrado allí había sido por la amable invitación del dueño, al cual por supuesto conocían. Viendo que no había ya más que rascar en ningún sentido, los 2 personajes abandonaron el local, mientras nosotros que ya habíamos terminado nuestras copas y que ya habíamos bebido bastante, empezabamos a despedirnos también tanto de Iriana (así creo que se llamaba la camarera) como del Antonio, agradeciéndoles de nuevo la invitación. A todo esto, y aunque no nos habíamos dado cuenta, eran ya las 6 am y el cansancio ya se había apoderado de nuestros cuerpos. Cogimos las bicis, y de vuelta no sin frío, al albergue, en cuyas camas caímos literalmente rendidos.

6ª Etapa: Vilalba – Baamonde

Nos despertamos a eso de las 12 del medio día, con el albergue literalmente vacío y silencioso, siendo los únicos que a esas horas aún permanecíamos allí. A pesar de la larga noche y las copas ingeridas, no fue un mal despertar, aunque sí que notabamos algo el cansancio o mejor dicho la falta de una completa recuperación, pues habíamos dormido menos de 6 horas.

Siendo domingo, y teniendo en cuenta que ya no nos quedaba mucho camino por delante, ya que en base a los kms restantes calculábamos que en 2 o 2,5 jornadas podríamos plantarnos en la capital compostelana, decidimos tomarnos el día con mucha calma, empezando por darnos unas buenas y recuperadoras duchas, y comer allí antes de pedalear hasta nuestro siguiente destino. Ya duchados, nos percatamos de que siendo domingo no ibamos a encontrar ningún supermercado donde poder comprar algo que cocinar. En la cocina sólo había lo habitual, aceite de oliva, sal, pimienta, curri y poco más. Por fortuna, sí teníamos a unos 350-500 mts en dirección al núcleo de la población, una gasolinera con tienda que resultó ser nuestra salvación. Allí compramos arroz, fiambre de pavo, una lata de sardinas en aceite y pan. La sardinas las comimos con algo de pan a modo de aperitivo, mientras se hacía el arroz que sazonamos con sal y algo de curri y que acompañamos del fiambre de pavo. Cuando estabamos terminando de comer, llegó un hombre de unos 50 años muy delgado que resultó estar haciendo el camino a la inversa y que llegaba exhausto y hambriento y al cual invitamos a comer lo que nos había sobrado. Nos quedamos en la mesa mientras Juan, que era de Madrid como nosotros, comía y manteníamos alguna conversación. Una vez acabó, recogimos entre todos lo manchado, lo lavamos y dejamos listo para el siguiente. Gus y yo, subimos también a la habitación a recoger todas las cosas para prepararnos para ponernos una vez más en camino.

Contrariamente a lo que solía ser habitual, esta vez comenzamos nuestra etapa dominical bajando unos 8 kms por la N-634 en dirección Pedrouzos para a partir de ahí remontar de nuevo el trazado otros 5-6 kms antes de volver a descender camino de Baamonde. No tardamos mucho en alcanzar esta localidad, pues distaba sólo unos 18 kilometros desde Vilalba, y afortunadamente además este día el calor había remitido algo haciéndo menos duro el pedaleo. A la entrada a Baamonde, en una calle en ligera pendiente decreciente mi sorpresa fue comprobar como alguien a lo lejos nos hacía señales con los brazos. En un principio pensé que había pasado algo en la carretera pero no, según nos acercabamos pudimos comprobar con sorpresa y alegría que quien nos hacía señales con dos cervezas en sendas manos era nuestro amigo Dennis. Nos había reconocido a lo lejos y nos conminaba a parar y acompañarle en la degustación de tan afamada bebida. Por supuesto no pudimos negarnos y aparcamos las bicis, nos dimos un abrazo y nos sentamos los tres en una mesa en la acera a modo de terraza con las cervezas.


Dennis y Gus y “algunas” cervezas

Nuestro amigo teuton había cumplido con su liturgia de todo el camino y había realizado 40 kms, los mismos más o menos que había hecho en jornadas anteriores. En el momento que llegamos Gus y yo no estab con Dennis su acompañante femenina, Stephanie, que había llegado muy cansada y se había echado un rato en la cama. Eso no fue inconveniente para que Dennis fuese a avisarla de nuestra presencia al vecino albergue. No tardó mucho Stephy en unirse a nosotros para charlar y beber unas estrellas de galicia (la cerveza local más difundida). La tarde se iba echando y no tenía mucho sentido volver a retomar el camino ese día, máxime habiendo dormido poco y siendo domingo, por lo que hicimos caso a nuestros amigos alemanes y nos quedamos allí registrándonos en el albergue que estaba literalmente pegado al bar. Allí pudimos ver de nuevo también al grupo de maduritos que habíamos conocido en el albergue anterior, y conocer a nuevos peregrinos que hacían como nosotros el camino en bici y que procedían del País Vasco. También de cierta edad ya, resultaron ser un grupo de 4 personas muy majas, 4 amigos que casi todos los años dedicaban parte de las vacaciones a pasarlas juntos para descansar según sus propias palabras de la rutina habitual, incluídas mujeres y familias.

Tras unas horas de charla y cervezas, decidimos darnos una ducha antes de cenar allí mismo, donde esta vez iban a actuar de chefs nuestros colegas alemanes. El menú, macarrones con tomate y algo de fruta. No demasiado, pero tampoco necesitabamos más, pues con las cervezas además ya había caído alguna tapa. Tras la cena, los cuatro, Dennis, Stephy, Gus y yo nos fuimos a otros dos bares a terminar la noche antes de acostarnos. En ese punto, y quizá ayudado también por el vino que tomamos en la cena, nuestro gran amigo aleman empezó a mostrar síntomas de estar algo más que tocado por el alcohol, aún así se tomó un par de cervezas más en el primer de los bares al que fuímos. Sin ambrago, cuando llegamos al segundo, su estado era ya bastante delicado, y apenas podía tenerse en pie, por lo que lo ayudamos a sentarse en un banco y le pedimos una tapa que no fue capaz de comerse y un agua porque no debía beber más alcohol. Mientras Steph, gus y yo nos tomabamos unos cafés muy muy ricos como en muchos otros lugares de Galicia, mientras departíamos animadamente. Ese bar además tenía algo especial, era diferente, con aromas dados por el paso del tiempo y el gusto con el que había sido decorado. Allí mismo también se podía comer/cenar, pues tenían una sala no muy grande a modo de restaurante donde por cierto estaban cenando los últimos en llegar al albergue, el grupo de vascos. Los saludamos, y decidimos retirarnos y volver al albergue dado el estado en el que se encontraba Dennis.


7ª Etapa: Baamonde – Arzúa

La mañana del lunes amaneció como la mayoría en nuestro viaje con sol y buen tiempo, lo que hacía presagiar una jornada más de calor. Nos levantamos casi a la vez que nuestros colegas alemanes, así que tuvimos tiempo de verlos partir y despedirnos con el compromiso por ambas partes de volver a vernos en Santiago. Nosotros, toda vez que tuvimos todo recogido, desayunamos en el bar de al lado, y montamos todo en las bicis para salir en busca de nuestro destino.

Nada más salir, y durante unos 4-5 kms rodamos en constante e importante pendiente, la cual se mantendría pero ya mucho más suave hasta alcanzar la localidad de Miraz, a aproximadamente 12 kms. Desde allí, nuestro recorrido continuo el perfil ascendente pero suave por lo que nuestro rodar, estando nuestros cuerpos bien descansados y ya habituados a los esfuerzos de toda la semana, era bastante fluído y avanzabamos con rapidez. Así a media mañana llegamos hasta la pequeña pero agradable localidad de A Cabana, donde decidimos hacer una parada, para tomar unas cocacolas y recargar los bidones con agua fresca. Llevabamos unos 27-28 kms de jornada y aún nos quedaba bastante por delante.

Tras el pequeño descanso, volvimos a retomar nuestro camino iniciando esta vez un moderado descenso hacia Sobrado, donde decidimos hacer otro alto en el camino esta vez para comprar algo de comida. Entramos en un supermercado de la localidad y compramos como en otras ocasiones fiambre, queso, pan y fruta. Hecho ésto, vuelta a las bicis para pedalear de nuevo ya sin paradas hasta que decidiéramos almorzar.

Desde Sobrado, tomamos la primera de las pistas no asfálticas de la jornada, que como en otras ocasiones, recibimos con gran alegría, pues como ya comentamos en otras ocasiones, lo peor del Camino del Norte es la inciclabilidad de muchos tramos forestales o de pistas, lo que obliga más de lo deseable a rodar por carreteras, algunas de ellas francamente muy peligrosas para los ciclistas al tener mucho tráfico y pocos, cuando no inexistentes, arcenes. Sin embrago, todo eso lo olvidas cuando llegas a estos otros tramos donde a la belleza del entorno se une la propia tranquilidad y los aromas que procura el campo, pasando ríos, bosques, zonas agrícolas, etc etc. Unos kms más adelante, realizamos nuestra parada para almorzar en algún punto entre Castro y Madelos, y junto a un cauce de río en una zona habilitada como merendero que se encontraba desierta a nuestra entera disposición y en una agradable zona de sombra. Comimos disfrutando de la tranquilidad del entorno y la belleza paisajística, comentando que ya no nos quedaba “nada” para concluir nuestro Camino. Nos hicimos unas fotos, y tras una breve sobremesa, continuamos la ruta.


Merendero junto al río


Parada en una sombra del camino

Los aproximadamente 15 kms que aún nos restaban hasta Arzúa, punto en el que dada ya la cercanía con la capital compostelana se unen todos los caminos peregrinos, ibamos a transitarlos alternando los tramos asfálticos con los terreros, dando al trayecto un especial color, también favorecido por un perfil con pocos altibajos. Sin embargo, el calor apretaba bien, y cuando llegamos a Arzúa, tras alguna parada fotográfica previa, nuestros cuerpos nos demandaban líquido y una buena sombra para recuperarse de la intensidad de los rayos del sol.

En Arzúa, intentamos registrarnos en el albergue municipal de peregrinos, gratuito, pero éste se encontraba ya completo. Sin duda el hecho de estar ya cerca de Santiago y la unión de todas las rutas peregrinas motivó tal hecho, pues era la primera vez en el viaje que nos encontrábamos tal circunstancia. Preguntamos por otros alojamientos, y nos indicaron que en el mismo pueblo había otros albergues aunque de pago pero que estaban bastante bien. Hicimos caso de las indicaciones, y llegamos en la misma calle del albergue de peregrinos municipal, hasta otro particular llamado Albergue Da Fonte, donde la amabilidad de su dueña, Pilar, y lo pequeño pero muy cómodo y agradable de su alojamiento, nos convenció plenamente para quedarnos y hacer noche allí. Además tuvimos mucha suerte, y Pilar nos ofreció sin duda la mejor de las habitaciones, en el piso de abajo, y para 2 personas con el baño contiguo. Se puede pedir más? Todo por el mismo precio de cualquier otra plaza del albergue (8 euros) pero sin tener que dormir en literas y compartir la habitación, con todo lo que conlleva, con más gente. No lo dudamos ni un instante y tomamos la habitación que muy amablemente nos ofrecía la dueña.

Albergue en Arzúa


Tras la rutina de aligerar las bicicletas de sus alforjas, nos salimos fuera a los soportales enfrente en la estrecha calle del albergue, donde nos encontramos con unos chicos con los que rápidamente entablamos conversación, y que habían llegado casi al tiempo que nosotros al albergue. Resultaron ser de Málaga, y ellos realizaban el camino francés como nosotros, en bici. Pilar, nos ofreció a todos agua, limonada o cualquier otra bebida que quisiéramos (té o café incluídos) y nos las sacó a los soportales donde nos resguardábamos de la fuerte radiación solar que aún caía. Se lo agradecimos todos, y bebimos con ansiedad. Pilar también nos ofreció entonces prepararnos una cena y desayuno para el día siguiente si queríamos, ofreciéndonos varios menús tanto para la cena como para el desayuno a unos precios que realmente no podíamos creer y que literalmente nos hicieron irrechazable su oferta. Todos los malagueños y nosotros, más otra gente también, nos apuntamos para ambas comidas. Los precios, la cena 3 euros/persona y el desayuno, según el tipo del mismo (A o B) a 1,5 o 3 euros, precios en sí mismos excelentes, y como decía irrenunciables si encima como comprobaríamos después incluían tan abundantes y buenas viandas.


Tras reponernos algo bebiendo y charlando en los soportales frente a la puerta del albergue, nos duchamos y cambiamos antes de reunirnos de nuevo a la mesa para cenar. La amabilidad y buen trato de la hospitalera llegaba al punto de preparar distintos menus y a distintas horas para varios grupos de huéspedes, siendo el nuestro el segundo de los grupos previsto para las 20,30h. A las 20h cenaron otro grupo compuesto de argentinos, alemanes e ingleses.

Cuando nos sentamos Gus y yo a la mesa con nuestros compañeros ciclistas, no podíamos intuir la cena que nos esperaba. Pilar nos preparó y sirvío en 3 enormes fuentes, unas ensaladas impresionantemente bien completas de excelentes productos y todo ello ya aliñado con exquisito gusto. Todos quedamos impresionados y coincidimos en lo extraordinario de tan aparentemente sencillo plato. Dicha ensalada, además de buena y fresca lechuga verde, tomates de huerta jugosos y sabrosos y cebolla suave, llevaba también maiz, atun, guisantes de primera calidad (de esos pequeñitos), huevo duro, zanahoria, remolacha, y no se si alguna cosa más, pero como digo todo de excelente calidad y muy muy bien aliñado, con aceite de oliva de calidad y buen vinagre en su punto justo. Una delicia!! A pesar de la abundancia de las 3 enormes fuentes, creo que todos repetimos y acabamos con toda la ensalada, que en condiciones normales hubieran dado de comer, más siendo de primer plato, a bastantes más de las 6 personas que estabamos a la mesa.

De segundo, Pilar nos puso unos macarrones con tomate, que siendo buenos y bien hechos, no podían igualar la excelencia de la ensalada previa. Aún así, y nuevamente con cantidad más que sobrada, poco dejamos en las fuentes. De postre, nos ofreció yogures (riquísimos) fruta o helado. En definitiva, una buenísima cena a un precio irrisorio para lo que recibimos a cambio. Gracias Pilar por tratarnos tan bien, casi como en nuestras propias casas.

Tras la cena, decidimos como en otras ocasiones, salir a dar una vuelta por la localidad para conocerla y tomar algo hasta que el sueño nos venciera. Tras un paseito, nos sentamos en una terraza a tomar unos cafés y al poco tiempo llegaron los malagueños que se unieron a nosotros. Juntos nos echamos unas risas e intercambiamos fotos y demás con dos alegres alemanas que ocupaban otra mesa en la misma terraza.



Gus y yo con los malagueños en Arzúa



8ª Etapa: Arzúa – Monte do Gozo/Santiago de Compostela (última etapa)

Como la noche anterior, al levantarnos fuimos a desayunar cada grupo a una hora para dado el espacio y la organización del albergue, facilitar su tarea a Pilar y su gente, bueno en realidad sólo una señora que la ayudaba en la cocina.

Los desayunos eran ambos muy buenos y la diferencia fundamental estribaba en que el más caro (3 euros) incluía además de zumo y café con leche y tostadas, un plato de huevos fritos, revueltos o tortilla con beicon. Esa fue la opción tomada por Gustavo, que pidió tortilla de patatas. Yo sin embargo, preferí algo más ligero y me conformé con el desayuno “normal” con zumo, tostadas y café con leche. Incluso la dueña me ofreció sin suplemento unos pequeños bollitos con chocolate que ella misma estaba comiendo.

Concluído el desayuno, terminamos de recoger nuestras cosas, pagamos a Pilar los desayunos y cena del día anterior, y le agradecimos el excelente trato recibido antes de partir con la ilusión que da al peregrino saberse a punto de alcanzar su objetivo.




Fuimos de los últimos, para variar, en abandonar el albergue pero pronto encontramos infinidad de peregrinos por la ruta hacia el Monte do Gozo y Santiago de Compostela. Ese día vimos y nos cruzamos con todos los que durante jornadas no habíamos visto, lo cual demuestra que efectivamente el Camino del Norte, el que nosotros hicimos, es con diferencia el menos transitado. Otra de las agradables sorpresas de la jornada fue comprobar como ya desde la salida de Arzúa ibamos a desplazarnos por una bonita pista que nos llevaría prácticamente sin más interrupción que las distintas localidades a su paso, hasta el mismo monte en las afueras de Santiago. La pista además estaba en general en un muy buen estado, al menos estando seca como estaba, porque de habernosla encontrado húmeda y llena de barro habría tenido puntos de bastante dureza. Así, disfrutando como ibamos del bonito trazado y de la multitud de peregrinos que bien andando o bien en bicicleta nos ibamos encontrando, fuimos rápidamente avanzando, a buena velocidad además, porque ningún ciclista nos adelantó en toda la jornada y esta vez sí fueron muchos los que vimos. A cada paso por algún grupo de peregrinos todos nos ibamos saludando con el clásico “buen camino”, precedido en nuestro caso de toques en nuestros timbres de las bicicletas para anunciar nuestra presencia a viandantes y ciclistas y advertirles de que nos acercábamos y queríamos sobrepasarles.

El camino por esta senda no estaba exento de desniveles, pero menos uno corto que nos obligó a poner pie en tierra y empujar brevemente las bicis cuesta arriba, el resto pudimos franquearlos sin más contratiempos. Así fuimos hasta la localidad de Labacolla, en la que el número de peregrinos especialmente a pie, nos hizo abandonar la pista y volver a la carretera para poder avanzar mejor y no tener percances. En este punto hay que destacar que en los caminos no todo el mundo se comporta como debiera, apartándose cuando advierten la llegada de otra persona que bien vaya andando o en bicicleta los alcanza, y bien por no oir las señales que se les hacen, bien por el cansancio o bien por simple falta de respeto y educación, no sólo no dejan paso sino que en ocasiones a punto estan de causar un accidente. Nos pasó un par de veces con gente que encima nos recriminaba que quisieramos pasar... curioso, máxime cuando en todos los casos se trataba de gente mayor y extranjera. En fin, no le dimos más importancia, pero no es un comportamiento muy cívico y respetuoso con los demás.

Como decía, en Labacolla era tal la gente que iba por la pista que nos salimos a la carretera que con buen arcen iba paralela a éste, y constaba además de las indicaciones peregrinas, así que durante unos 6 kms avanzamos en cuesta por dicha carretera, la cual pudimos avandonar de nuevo a favor de la pista algo más allá y antes de llegar al Monte do Gozo. En ese punto coincidimos con otro de nuestros amigos de los días pasados, Santiago de Santander, con el que charlamos brevemente junto a una cruz peregrina y que se ofreció a hacernos una foto a Gus y a mí. Nos dijo que él iba directamente a alojarse en Santiago de Compostela, en un Hostal que conocía de hace años y que le salía bien de precio. Nosotros convinimos con él en vernos por allí pero anunciándole que al menos la primera noche nos quedaríamos en el albergue del Monte do Gozo.


Gus y yo entre Labacolla y Monte do Gozo

Pocos minutos después, y sobre las 12’45h llegabamos al famoso monte desde el que se puede divisar la capital compostelana y que es antesala para muchos peregrinos de la culminación de su viaje. Paramos justo en el monumento que se alza en lo alto y que conmemora y homenajea a todos los que como nosotros, y durante siglos, han cubierto dicha ruta jacobea.


Gus y yo en el monumento del Monte do Gozo

Realmente la satisfacción fue inmensa y Gus y yo nos fundimos en un abrazo y nos felicitamos por haber logrado algo que nos llenaba de satisfacción y que estaba poniendo ya un bonito broche a una experiencia y un viaje muy bonito y que por suerte había salido francamente bien. A los pies de dicho monumento, donde nos hicimos las preceptivas fotos, había un pequeño chiringuito ambulante donde vendían bebidas frías y helados y dado que hacía bastante calor, decidimos sentarnos un rato allí y disfrutar unos minutos de relax mientras nos refrescábamos. Ambos bebimos agua bien fría y sendos helados, mientras no dejábamos de ver más y más gente que llegaba, unos en mejores condiciones que otros, a donde estábamos. Acabamos nuestros helados, y cogimos de nuevo las bicis para empezar a descender el monte en dirección a Santiago con intención de llegar al albergue, complejo enorme al que no tardamos más de 3 minutos en llegar.

Ya en el gigantesco complejo de modernos barracones que es el albergue, nos incorporamos a la pequeña cola de peregrinos que había en su recepción para el obligatorio registro y pago de los 3 euros por los que recibes además de tu plaza (numerada en este caso al contrario que en la inmensa mayoría de albergues) un juego de cubrecolchón y almohada para la cama. Cumplido el trámite, fuimos a nuestra habitación, compartida con otras 6 personas y dejamos nuestras cosas. Nos dimos una ducha, nos cambiamos y decidimos bajar a comer a nuestro destino final y objetivo real de todo peregrino, Santiago de Compostela.

Qué gozada bajar desde el Monte do Gozo a Santiago con la bici vacía, sin el peso extra de las alforjas, y ayudados además por esa mezcla de ansiedad e ilusión por llegar frente al santo y concluir el peregrinaje. Fuimos disfrutando de todo el trayecto desde la entrada en la capital compostelana hasta el mismísimo centro, la Plaza del Obradoiro. Una vez que llegamos allí lo primero que nos sorprendió fue la poca gente que había, ambos habíamos estado otras veces en ese mismo sitio y lo normal es que este atestado de gente, especialmente en verano claro. Es curioso, pero las sensaciones que uno tiene cuando finalmente alcanza la catedral son un tanto contradictorias. Gus y yo nos volvimos abrazar como cuando llegamos al monumento del Monte do Gozo pero ahora en nuestras almas se mezclaban los sentimientos, por un lado estabamos alegres y satisfechos por lo logrado, pero por otro nos invadía cierta tristeza de comprobar que nuestro “camino” había llegado a su fin. Es tal la experiencia global de esta ruta, los muchos paisajes, pueblos y gentes que conoces en su transcurso, que unidos a los motivos que cada uno tenga para realizarlo, que cuando lo concluyes en cierta forma te sientes vacío. Estoy convencido que este sentimiento le habrá asaltado a más de un peregrino nada más llegar a Santiago. Quizá sea ahí donde se empieza a fraguar dentro de uno la necesidad de volver a realizar el camino, y quizá también ahora es cuando las palabras “caminante no hay camino, se hace camino al andar” toman su verdadero sentido. Tanto Gustavo como yo hemos disfrutado intensamente esta experiencia y ambos nos hemos propuesto volver a hacerlo, probablemente ampliado y si cabe mejorado. Pero tiempo habrá al final de este relato, de comentar más profusamente todo esto.


Plaza del Obradoiro – Santiago de Compostela

Nuestras bicis en la entrada principal de la Catedral de Santiago – Plaza del Obradoiro

Estando en la Plaza del Obradoiro, frente a la puerta principal de la catedral de Santiago, nos sentamos un rato junto a nuestras bicis contemplando tan bella estampa y sintiendo esa mezcla de satisfacción y tristeza antes comentada. Hicimos algunas fotos, y decidimos movernos en busca de algún lugar para comer. Ya era tarde, sobre las 3’30pm o más, pero gracias al buen tiempo y la infinidad de bares y terrazas con que consta el centro viejo de la ciudad, uno siempre encontrará un lugar para poder saciar su hambre y su sed. Así lo hicimos, y dando una vuelta por los alrededores de la catedral, rua nova, rua mayor, rua franco, etc, fuimos escrutando los distintos bares y terrazas hasta decidir sentarnos a tomar algo en un clásico de Santiago, el bar Dakar. Este bar es famoso, entre otras cosas, por su excelente ubicación y por ser final de otra ruta con solera dentro de la ciudad, la denominada como el raid del desierto Paris-Dakar, que no es otra cosa en este caso que una ruta de bares que va desde el que lleva por nombre a la capital francesa hasta el de la localidad africana. Dicen que no hay quien aguante en pie dicha ruta, pues obviamente se trata de tomar una caña/copa en cada uno de los bares de la calle que une los dos bares mencionados. No los contamos, pero el número de establecimientos rondará cuando no superará los 20-25; en fin, otra clase de reto.


En la terraza del bar Dakar – Santigo de Compostela


Sentados en el Dakar, disfrutamos como nunca nuestras frías cervezas acompañadas de unas aceitunas y algún pincho para comenzar nuestro almuerzo. Además, y como comentaba antes, la terraza de este bar se encuentra magníficamente situada en una pequeña plazoleta que da a una de las calles más transitadas de Santiago, por lo que uno se puede distraer simplemente observando el pasar de la gente calle arriba o abajo. Es entonces cuando uno se da cuenta de que lo que más abunda en la capital compostelana son peregrinos de toda clase, condición y lugar de procedencia (en esta época del año sin duda son los alemanes los más numerosos), y de estudiantes, pues parte de la bulliciosa y efervescente vida de la ciudad se la da su conocida universidad, una de las de más tradición en España.

Tras el Dakar, cogimos nuestras bicis y avanzamos por Rua do Franco en busca de nuestra segunda parada. No tardamos mucho en encontrala, y separados no más de 150-200 m del Dakar, entramos en otro bar donde tomar la tercera caña (2 nos habíamos tomado ya previamente). Esta vez, acompañamos la bebida de un buen trozo de empanada gallega de carne. Y tras este, fuimos a otro, y así hasta otro más. Después de 4 bares con sus cervezas y sus pinchos habíamos saciado ya el hambre y la sed, y decidimos dar una vuelta por la ciudad, sólo para disfrutar de la misma, unas veces sobre la bici y otras a pie. Durante ese paseo aprovechamos también para tirar alguna foto. Es destacable y curioso también como en la calle de los bares, la del Paris-Dakar, distintos bares y establecimientos te ofrecen trozos de tarta de santiago (a base de almendra, huevo y azucar) y otros productos típicos del lugar, como el queso de tetilla. Delicioso picoteo que nos ayudó a asentar aún más nuestros estómagos.


Santiago de Compostela


Soportales en Santiago de Compostela



Gus y yo en Rua Nova – Santiago de Compostela



Tras un buen rato paseando, y dado que eran ya sobre las 18h, decidimos acercarnos a la oficina del peregrino donde recoger nuestros diplomas que acreditarían la realización de nuestro Camino de Santiago. Hay que decir que para la obtención de dicho diploma es necesario presentar la credencial de peregrino debidamente cumplimentada y sellada en los distintos lugares de paso, así como haber cubierto una distancia mínima, que es de al menos 100 kms a pie o de 200 si se hace en bicicleta. En nuestro caso, y saliendo de Avilés, cubrimos 430 kms totales. La oficina del peregrino se encuentra en uno de los laterales de la catedral, por lo que no tiene pérdida. Como nos habían comentado, la oficina suele tener menos jaleo por la tarde y no tardamos más de 5-7 minutos en obtener nuestros diplomas de peregrino.

Al salir de allí, fuimos hacia el parque de la alameda, otro lugar muy conocido de la ciudad y donde también hay gran paso de transeúntes, peregrinos, turistas, etc. Pegado a dicho parque, se encuentran numerosas terrazas, y en una de las cuales, muy animada, decidimos sentarnos para seguir charlando mientras tomábamos algo fresquito. Es fantástico disfrutar de una tarde sin ninguna prisa y más aún tras haber logrado una pequeña azaña personal.

Así fue cayendo la tarde y el sol dando paso a la noche, refrescando a la vez el cálido ambiente casi canicular de la jornada. Casi sin darnos cuenta, nos había sorprendido la cena, y como hicimos para almorzar, acudimos a varios bares donde tapear un poco degustando variedad de especialidades locales: pulpo, tortilla de patatas, empanada, etc.

En ese otro peregrinar por las calles compostelanas, nos cruzamos con varios de los compañeros de jornadas precedentes como los 4 chicos malagueños que conocimos un día antes, o a Santiago, el cual se nos unió y con el que disfrutamos de las 2 últimas tapas de la noche, guiándonos por su conocimiento del terreno. Excelente la tortilla de patatas del penúltimo bar donde estuvimos y que nos recomendó Santiago, posiblemente la mejor que haya comido fuera de casa.

Concluída la ronda culinaria, nos despedimos de Santiago con la esperanza de reencontranos al día siguiente, y emprendimos el camino de vuelta hacia nuestro albergue en el Monte do Gozo. En ese transcurso, y en la calle de bares por antonomasia, conocimos a una chica extranjera con la que departimos un rato de camino ya que su albergue se encontraba en la misma ruta del nuestro.

Cuando llegamos a los barracones del albergue, todo estaba en silencio, y como hacía buena noche y no teníamos mucho sueño, nos quedamos un rato más fuera charlando, hasta que nos entró el sueñoy nos metimos dentro a descansar.






Post camino, épilogo del viaje

A la mañana siguiente, nos levantamos tarde (debimos acostarnos sobre las 4 am) y nos aseamos antes de coger de nuevo nuestras bicis y bajar a desayunar/almorzar a Santiago. Desayunamos en un bar de camino al centro en una zona empresarial de las afueras de la capital compostelana, y cumplido el trámite matinal, continuamos camino del centro. Ya a un paso del mismo, nos encontramos con nuestros buenos amigos Stephanie y Dennis, que llegaban en ese momento concluyendo su ruta peregrina. Como en otras ocasiones, todos celebramos la circunstancia y juntos avanzamos hasta llegar a la mismísima plaza del obradoiro, donde especialmente Stephi quedó impresionada por la belleza y magnitud del escenario a lo que sin duda debía de sumarse la satisfacción personal del haber concluído “el Camino” y más aún, con sus maltrechos por las ampollas, pies. Para más casualidad, cuando no hacía ni 10 minutos que estabamos allí, apareció Santiago que también se nos unió durante un rato y con el que todos juntos nos hicimos algunas fotos.


Dennis, yo, Santiago, Gustavo y Stephanie


Plaza del Obradoiro


Tras los momentos de extasis frente a la puerta principal de la catedral, decidimos buscar alojamiento para nuestros amigos alemanes, y tras hablar con varias personas, nos recomendaron un albergue que era bastante nuevo y mucho mejor, también más caro, que el del Monte do Gozo, que como ya comentamos estando bien su configuración de barracones no lo hace especialmente atractivo ni cómodo, por no hablar de lo enorme de sus dimensiones, con interminables pasillos, galerías, etc.

Con Stephi y Dennis nos acercamos hasta su albergue, les dejamos para que se registrasen, nos confirmaron que estaba muy bien, y Gus y yo decidimos entonces subir al nuestro y recoger todo para bajarnos al de nuestros amigos. Así lo hicimos, y reunidos de nuevo todos en el albergue más moderno, nos registramos nosotros también, dejamos nuestras alforjas y demás enseres en unas taquillas individuales al uso, y marchamos a pie (aún con nuestras bicis) de nuevo al centro de Santiago.

Cuando llegamos, lo primero fue indicarles a nuestros amigos dónde sellar sus credenciales y obtener el diploma de peregrino, ese que acredita haber concluído con éxito el peregrinaje a Santiago. Una vez conseguidos los mismos, todos nos fuimos a celebrar nuestro logro y nuestra reciente amistad a la zona del Paris-Dakar, la famosa ruta de bares. Así pasamos varias horas degustando y recorriendo los rincones del centro compostelano haciendo de guías a los alemanes, hasta que tras haber llenado bien nuestros estómagos, convenimos toso en irnos al parque de la alameda en busca de una buena sombra para descansar un poco. Allí nos echamos todos una pequeña siesta, seguida de algunos juegos de cartas (poker pricipalmente) y mientras seguimos disfrutando del buen tiempo y la conversación y las experiencias que cada uno de nosotros teniamos. Luego más paseos, fotos, etc, hasta alcanzar la noche, en la que el plan era seguir una ruta similar a la de la noche anterior para que nuestros acompañantes disfrutaran y conocieran algunas de las mejores viandas locales, algo que a tenor de sus caras y de cómo dejaban los platos, fue de su agrado.

Tras la cena, nos tomamos un par de copas y decidimos concluir la velada en el albergue degustando unas botellas de rico orujo gallego y licor de café que habíamos comprado durante uno de nuestros paseos de la tarde. Qué agradable jornada pasamos en compañía de nuestros buenos amigos teutones, sin duda los mejores que pudimos encontrar en el Camino. Fue una noche llena de sentimientos, con algo de melancolía o tristeza, pues al día siguiente temprano Gus y yo debíamos partir para coger un autobús que nos devolviese de nuevo a nuestras rutinarias vidas en Madrid, y horas antes de que Dennis y Stephie regresasen también, esta vez en avión, a sus respectivas residencias en Alemania. Con todo, todos disfrutamos del momento, nos felicitamos por habernos conocido, recordamos muchos buenos momentos vividos a lo largo del Camino, y nos intercambiamos datos para poder seguir en contacto en el futuro.




Epílogo final

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”

Esta famosa frase describe muy bien lo que supone el Camino de Santiago. Da igual cuál sea el motivo para hacerlo, la ruta que escojas, el modo de hacerlo, si lo haces de un tirón o partido, el camino es en si mismo “el camino”, una experiencia vital completa donde quizá lo más importante es que uno se descubre a sí mismo, se relaciona con la historia y la naturaleza además de con otros congéneres, descubre otras culturas, comparte con ellas, etc. Por todo ello, recomiendo enormermente vivir esta experiencia. Vivirla, sin prisas, sin metas imposibles, ya que no es una competición, se trata de disfrutar a cada paso del Camino. Buen camino!!